04 Nov puzles deslizantes
Hace muchos años, cuando ni siquiera tenía hijos, mi madre le regaló a mi marido un libro sobre botánica. El lo agradeció, lo ojeó y lo dejó empolvarse en la estantería durante muchos años. Era el único libro que mi madre le regaló -le había hecho muchos regalos, pero nunca eran libros- y curiosamente hablaba de plantas. Años más tarde, me encontré a mi hijo de nueve años mirando con total interés el libro. Yo también lo había leído en diagonal en su día, pero no me interesaba el contenido, sin embargo, ahora era como si estuviese mirando las fotografías de mi propia cuenta de Instagram. Se trata de un libro súper interesante que, además de explicar las propiedades de algunas plantas medicinales, ofrece recetas cosméticas de gran valor. Siempre he tenido una personalidad muy creativa y he intentado explorar nuevos terrenos, pero os confieso que la cosmética casera no estaba en mi lista. Sorpresas de la vida, hoy por hoy, es la pasión que estoy viviendo con más intensidad.
Mi madre también era una persona creativa. Su voz de artista la expresaba de muchas formas, tantas como su rutina, sus responsabilidades y su marco mental le permitían: en la cocina; en la costura; en mis trabajos de plástica de la escuela, para los que siempre se prestaba a ayudarme… Por lo general, daba una falsa apariencia de sencillez que disfrazaba tras ese saber hacer y saber estar de las mujeres españolas de su generación. Sin embargo, yo siempre he sabido que escondía algo en su interior, ese algo que también noto y que es el responsable de tantos disgustos y también de tantas buenas recompensas; una especie de monstruo, de doctor jekyll y mister hyde, que va moviendo las fichas del puzle de la vida de vez en cuando.
Seguro que todas conocéis los puzles deslizantes, esos en los que tienes que ir desplazando unas fichas cuadradas a través de un panel. Puedes hacerlo porque siempre hay un hueco, un agujero que es el que te permite colocar unas fichas en el lugar de otras hasta formar la imagen final. Siempre me ha ocurrido de pequeña que, una vez completado, no acababa de experimentar la satisfacción de un trabajo bien hecho porque quedaba un estúpido agujero que afeaba el resultado final. Hoy se me antoja que por dentro tengo que ser una especie de puzle deslizante, igual que mi madre, ambas conviviendo con ese vacío que nunca hemos sabido llenar. Podemos mover las piezas, recomponer la imagen y deformarla como queramos, pero no cubrirla por completo. Siempre lo supe, solo con mirarla a los ojos. También sé que ella podía reconocerse en mí. No estoy hablando de ese “me falta algo”, típico de la sociedad de consumo. Me refiero a un agujero en el alma que viene de serie y que conduce a los espíritus inquietos a cambiar el orden de las cosas, a mover fichas sin sentido para conseguir obras incompletas.
Hoy es 4 de noviembre y hace nueve años que no la veo.
Salud y potingues,
Esther
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